CUENTO BREVE «LA VERJA»

CUENTO BREVE «LA VERJA»

Por Alfonso Poy.
Era un camino empinado que en tiempos de cosecha de tabaco, maiz, arroz, trigo; formaron los enormes camiones, iguales a los cañeros.

El rancho, ardía del intenso calor. Todo el sol, castigaba sin piedad al serro. ¡No habia nada, esepto piedras y tierra agrietada transpirando resplandor, como espejos resecos!

Ella, sacó los niños y caminó a esperarlo. La brisa al menos era tibia, lo recordó a él, desde el principio, desde ntes de mudarse a esos altos del cerro, donde escombrones, ahora sueltan sus ramas, que se enrrollan dando vueltas, votando pajas y espinas, resecas, por todas partes.

Cuando la sequía se abraza la miseria, deja cuerpos vivos en almas secas, deambulando en esquinas, parques ventanas, las veredas de los caminos y en los cómodos vacios, con las puertas abiertas y no los visitan ni amigos, ni enemigos, todos parecen esperar, ¡tal como pasa en las hambrunas! Así se veía la gente y los dueños del llano lo sabían, ¡pero empacaban para irse a disfrutar de mejores vientos!

Habia pasado más un mes, de cuando ella, logro vender en el pueblo, los dos últimos pollos y el sobrante de maiz desgranando. Recordó también, al hombro, agarrandolo con las dos manos, donde trajo los víveres, sal, pan, arroz, algo de manteca para cicinar, cafe en grano y dos mentas. ¡Era todo!
Después de eso la espera y el silencio.

Cuando llegaba esa tarde de la dolorosa venta en el pueblo, miró el canal de reguío, bajando de más arriba del cerro. El el agua era un hilo a penas transparente. Se vio el rostro en los reflejos y, ¡corrió al rancho! Puso todo sobre la mesa y él, con los animos rotos, salió a verja. Se veían los campos de tabaco áridos y destruidos. Como si un vendaval de odio con rabia, lo hubiese arrazado todo.

Los dueños de los llanos, emigraron sin decir palabra alguna. Fueron muchas las promesas y muy poco resultados en el hambre. Se fueron a tierras húmedas, muy lejanas, apoyados por el ejército y bendecido por la iglesia, en procura de interseccion con lo divino, para mejores bendiciones.

Los campesinos tabaqueros, se quedaron como fieles hijos, de los encambrones secos, esperando las lluvias.

Él, sabía, que una boca menos, ¡salvaría a unos de los niños! Sobre todo al mas pequeño, que nació frágil, como su madre. Fue por más pan, por lo que sea, dispuesto a todo, ¡pero donde ya no había!

El pueblo moría seco, como entrampando, con una soga asfixiante al cuello. Él, continuó buscando y no volvía. Pero todo se puso amarillo y llegaron las lluvias, ¡también los largos años! Y, ni un mensaje…

Ella, sin falta, día tras día, ¡lo espera! Conciente de su amor e infinita fe de hombre de principios. Camina a esperarlo en el mismo lugar, por donde regresan las aguas y, llenaban de verde vibrante al llano, sin saber, que ni la muerte se atreve a decirle, que el siempre llega, pero ellos, ¡están muertos!

Escrito por:
A. Poy

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