Por: Javier Fuentes
La rendición de cuentas del presidente ante el Congreso Nacional es uno
de los actos institucionales más relevantes en una democracia.
Representa un momento de reflexión sobre los logros y desafíos del
gobierno, en el que se espera un debate serio y fundamentado sobre el
estado de la nación. Sin embargo, la creciente tendencia de utilizar este
escenario como una vitrina política para la promoción de precandidatos ha
generado un ruido innecesario que distorsiona el verdadero propósito del
evento.
Cada año, la nación observa con atención este acto solemne, esperando
escuchar un balance de la gestión y las estrategias futuras del gobierno.
No obstante, lo que debería ser una discusión de alto nivel se ha
convertido en una especie de espectáculo donde algunos legisladores
parecen más interesados en exhibir a sus aspirantes favoritos que en
defender o cuestionar los temas de fondo. Este comportamiento no solo
desvía la atención del público, sino que también degrada la
institucionalidad del Congreso.
El Congreso Nacional no es un escenario de propaganda electoral, sino un
espacio donde se delibera sobre el presente y el futuro del país. Cuando
los legisladores priorizan la promoción de precandidatos en un evento de
esta magnitud, envían un mensaje equivocado a la ciudadanía: la política
se convierte en un juego de intereses personales más que en un
compromiso con el bienestar colectivo. Esto, en última instancia, socava
la confianza en las instituciones y refuerza la percepción de que los líderes
políticos están desconectados de las verdaderas preocupaciones del
pueblo.
El momento de rendición de cuentas del presidente no debería ser
utilizado como una plataforma de campaña. La responsabilidad de los
legisladores es analizar con seriedad los informes presentados, hacer
preguntas críticas y proponer soluciones a los problemas del país.
Convertir este evento en una pasarela electoral no solo es una falta de
respeto a la investidura presidencial, sino también una ofensa a la
ciudadanía que espera un debate de altura.
El espectáculo político que se ha instalado en la rendición de cuentas
también refleja un problema más profundo: la desinstitucionalización del
debate público. Cuando los legisladores anteponen sus intereses
partidarios a la discusión de políticas de Estado, se erosiona la calidad del
discurso democrático. En lugar de ofrecer argumentos sólidos sobre la
gestión gubernamental, se opta por gestos simbólicos y estrategias
mediáticas que poco aportan a la solución de los problemas nacionales.
Es fundamental que los actores políticos comprendan que el Congreso
Nacional debe ser un espacio de discusión seria y no un escenario de
exhibición personal. En una democracia madura, las instituciones deben
respetarse y utilizarse con responsabilidad. La rendición de cuentas del
presidente es un acto de Estado, no un mitin electoral.
Si bien es comprensible que los precandidatos busquen visibilidad, existen
momentos y espacios adecuados para ello. Instrumentalizar un evento de
esta importancia para fines electorales solo contribuye a la degradación
del debate político y al hartazgo de la ciudadanía con una clase dirigente
que parece más preocupada por su futuro personal que por el destino del
país.
Urge que los legisladores retomen su papel con la seriedad que exige la
nación. La rendición de cuentas del presidente no es un show, sino una
oportunidad para evaluar el rumbo del país y exigir transparencia.
Convertir este acto en una plataforma de exhibición de aspirantes
políticos no solo es una insolencia, sino también una peligrosa señal del
deterioro del ejercicio democrático.